martes, 22 de marzo de 2011

He contraído la Ceguera Blanca.

Todo empezó a funcionar mal cuando se unió el trabajo al dinero. Marx dice que las cosas tienen un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso se refiere a las características de las cosas que las hace útiles e importantes para nosotros y el valor de cambio es la apreciación cuantitativa de las cosas medida en términos de dinero. El problema de esta sociedad en que vivimos es que la fuerza de trabajo hay que venderla para sobrevivir y se hace una mercancía según nos dice Marx; una mercancía que se cambia por dinero. Esta mercancía llamada trabajo trae la posibilidad de adquirir otras mercancías que permiten satisfacer toda clase de necesidades. Todo estaría bien, si como lo recuerda Marx, el trabajador no se alienara, no perdiera esa conexión extraordinaria y humanizante con aquello que produce.

Braudillard nos dirá años más tarde que no se trata solamente de que el trabajo se convierta en una mercancía en sentido estricto o que necesitemos del dinero que se produce al vender la fuerza de trabajo sino que hay una relación social de por medio, de suerte que el estilo de vida y los valores constituyen la base de la vida social y del modo en que vendemos nuestra fuerza de trabajo para adquirir cierto tipo de objetos de consumo, más allá incluso de nuestras necesidades de supervivencia y de la comunión que necesitamos tener con las obras que creamos a través del trabajo.

Lo anterior le da una nueva dimensión al problema porque se trata no sólo de aquello vital de lo que se carece sino de las necesidades que creamos, posmateriales y difusas, infinitas y con potencial de esclavizarnos a niveles insospechados. Es decir, vendemos nuestra fuerza al mejor postor por un carro, por una marca en la camisa, por una casa ubicada en un determinado vecindario, por lograr un cupo para nuestro hijo en algún colegio exclusivo, por lograr el reconocimiento de aquellos a quienes nos queremos parecer... o, lo que es peor, vendemos nuestra fuerza de trabajo por puro y físico miedo, porque no sabemos vivir de otra manera que con un jefe, una empresa, un proveedor; porque confundimos el trabajo con el empleo y consideramos que sólo el empleo nos dignifica y nos hace sujetos útiles en la sociedad. ¡Qué estafa! ¡Qué horror! seremos esclavos de por vida...

Algunos privilegiados dicen "hago lo que me gusta y además me pagan", pero para muchos es "hago lo que no me gusta porque necesito que me paguen" o "no siempre me gusta lo que hago pero no puedo dejar de hacerlo porque me quedo sin la posibilidad de vivir dignamente", o "hago todo por conseguir los medios para poder comprar lo que me asegure un lugar de distinción social". Yo veo en todo esto una celada de la que es difícil salir, pero sé que se puede salir; lo sé porque veo a algunos fuera del cepo.

¿Cómo hacen? muchas veces me pregunto por el secreto de su libertad. Me doy cuenta que no es que hayan recibido ninguna herencia o que vivan como potentados en una mansión o que sean faquires de oficio o santos de solemnidad. Algunos escépticos me dicen "no creas, no creas... padecen, sufren, la pasan mal; aunque parezca que no, aunque nos quieran hacer pensar que están mejor...¡Míralos bien! no hay nada más que soberbia en sus vidas, sienten insoportables privaciones aunque te digan lo contrario. Duro es el castigo de la sociedad por querer vivir fuera de ella." A veces miro sus vidas y me doy cuenta que es así, que pueden vivir con poco, que pueden vivir con lo mínimo; muchos son de verdad congruentes y necesitan menos que otros para ser felices.

No acabo de resolver el dilema, porque he conocido en mi vida quienes son portadores del mensaje de desprendimiento, la pobreza franciscana y del vivir como pobre entre los pobres. Muchos han resultado una farsa. Son como alborotadores de la consciencia que te lanzan a la inopia resguardando su propio bienestar; son transeuntes por el dolor y la penuria que, ya saben como entrar y salir de ella, por eso dejan la puerta abierta... aunque jamás te cuentan sobre ello. Bien puedes creer su verdad y morir luego en la miseria, mientras ellos logran viajar por el mundo en primera clase divulgando el mensaje de los más menesterosos de la tierra. Aún no logro distinguirlos de aquellos de verdad, más silenciosos y quizás menos deslumbrantes que realmente enseñan que lo poco se puede volver mucho si eres auténtico.

Pensando en todo esto, me acordé de la novela del escritor Portugués, José Saramago, "Ensayos sobre la Ceguera", siempre me acuerdo de libros, es inevitable. Esta historia de Saramago comienza narrando lo que le sucede a un hombre frente a un semáforo en rojo, cuando se queda ciego de repente, convirtiéndose en el primer caso de Ceguera Blanca; una enfermedad que se expande incontrolable por toda la ciudad. Las personas que la sufren van siendo internadas en un manicomio en cuarentena o perdidos en la ciudad, enfrentándose a los otros seres humanos con el imperativo de sobrevivir por encima de todo.

Mi memoria vuelve a este libro porque, hace un momento dije que no sabía la razón por cual estábamos atrapados en la cárcel de vender nuestra fuerza de trabajo como una mercancía, no disfrutar de la plusvalía y además vivir atrapados en la necesidad de intercambiar fuerza de trabajo por dinero; pero también decía que había algunos que vivían por fuera de esta trampa. En el Ensayo sobre la Ceguera, algunos no quedan ciegos de esa "Ceguera Blanca" que además no es oscura como normalmente podemos pensar la ceguera, sino que parece un exceso de luz, un destello que no permite ver nada. La "Ceguera Blanca" no aparece como un problema de desgaste ocular o relativo a alguna enfermedad física, parece ser una ceguera mental... como la que digo que sufrimos atrapados en hacer algunas veces, cosas que no nos gustan, sólo porque necesitamos el dinero.

La esposa del oculista, una de las pocas que no contrae la ceguera blanca, pronuncia estas palabras al final del libro: "¿Por qué nos hemos quedado ciegos?, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven."

Es lo que creo sobre nuestra relación con el trabajo. Muchas veces he pensado que quiero dedicarme a hacer artesanías, a aprender historia del arte, a pintar, a diseñar cursos virtuales y objetos de aprendizaje, a escribir un libro, a hacer origami... tantas cosas, pero siempre creo que no podré hacerlo porque tengo que trabajar en lo que escogí, porque necesito sobrevivir y me da miedo quedarme en la nada, me da miedo no ver nada y de hecho no veo nada para mí fuera del espacio de seguridad de mi trabajo habitual.

No veo... no veo nada, pero imagino un mundo donde escribo libros para niños y los ilustro... ese mundo tal vez exista pero no lo veo; un mundo donde me pagan por hacer lo que me gusta o no me pagan pero puedo sobrevivir; un mundo donde digo lo que quiero y la gente quiere oírlo... ya no tengo que decir lo que otros están dispuestos a escuchar, del modo en que debe ser dicho para lograr algunos pesos, sino que encuentro en este universo inmenso de personas quien quiere oír las exactas palabras que digo y como las digo y no vendo lo que pienso por ningún peso adicional.

A veces tengo pequeños destellos y me doy cuenta que más allá de la luz blanca puedo ver y veo, en esos momentos pienso que no necesito tanto dinero, que no necesito muchas de las cosas por las que alquilo mi fuerza de trabajo, que no moriré si lo intento, que no me espera el desamparo y la indigencia. No obstante, cuando no veo, veo aquellos que se apartan de sus empresas y no pueden volver a sentirse útiles y a trabajar de nuevo, veo aquellos a los que la vida les trata inmisericordemente y la ceguera blanca regresa... no veo nada, nada...

Veo sí, pero no veo... impresionante!!!

1 comentario:

  1. Sandra, qué buena reflexión. Yo dejé de ser empleado hace 6 años y pude comprobar que ser independiente es muy duro pero que también trae otras satisfacciones. Ahora creo que la situación ideal es tener un empleo de medio tiempo que te dé alguna estabilidad dentro del "sistema", pero con suficiente tiempo para hacer otras cosas que te llenen más o que traigan ingresos adicionales desarrollando otras facetas de tu personalidad.

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